Carta para los nuevos psicólog@s

Hoy tenía previsto dar una charla en un acto de graduación para psicólogos en Madrid. Debido al parón general organizado en Catalunya como protesta a la violencia vivida el pasado domingo he tenido que anular mi asistencia, igual que a otros actos que tenia previsto.

Como me sabía fatal no asistir a este acto organizado por los propios alumnos con mucho esfuerzo y dedicación les propuse enviar un vídeo con mi charla. Pero lo cierto es que no he tenido ánimo y les he enviado esta carta para que la leyeran si lo tenían a bien.

Una parte de los organizadores han juzgado que querían eliminar un trozo de la carta que a su entender tenia contenido político. Como finalmente no van a leer la carta por estos motivos y  con permiso de mi interlocutora, me permito compartirla sabiendo que no hay nada de política en absoluto, pero sí de denuncia de la violencia, sea con quien sea…

En cualquier caso, futuros psicólogos, aquí están mis mejores consejos después de 20 años de experiencia a nivel internacional…

Lo siento pero no puedo. Lo he intentado, pero no puedo.

Hoy tenia que estar con vosotros compartiendo este momento, pero los acontecimientos ocurridos estos últimos días no me lo han permitido. Quizás éste sea un buen punto de partida para introducir uno de los aspectos más importantes, si no fundamentales, de un buen psicólogo: la sensibilidad.

La sensibilidad, la misma sensibilidad que me tiene con el corazón en un puño desde que viera tanta violencia indiscriminada el pasado domingo. La misma sensibilidad que me provoca una intensa mezcla de emociones que estoy intentando gestionar. La sensibilidad que me atenaza la garganta con un nudo, independientemente de que la terrible represión policial la hayan realizado en Cataluña o en cualquier comunidad autónoma del país en el que resido. Hubiera sentido exactamente lo mismo si los protagonistas de esa triste estampa hubierais sido vosotros, mis queridos amigos Madrileños.

Esa sensibilidad será vuestra mejor aliada a lo largo de vuestra carrera profesional, os hará grandes profesionales, capaces de detectar ese detalle y ese matiz que necesita una buena relación profesional. Por favor, nunca perdáis esa sensibilidad, llorad con vuestros clientes, sentid su misma tristeza y celebrad con ellos sus logros.

Implicaros con cada paciente. ¡Está sufriendo! Os necesita, necesita de vuestra ayuda y soporte, de vuestra implicación y compromiso, de vuestra empatía y vuestra compasión mucho más allá que la sesión de los jueves a las seis.

Cada vez que entras en una consulta o en una empresa, has de priorizar las necesidades del paciente o cliente en vez de las tuyas. Tu paciente ha depositado su confianza, sus expectativas y su esperanza en ti. Lo siento, ejercer de psicólogos no es una profesión apta para pusilánimes.

Sé que implicarse en cada caso tiene un elevado coste emocional para el profesional, pero no hacerlo lo tiene para el paciente. Cuidad de vosotros, recargar vuestra energía, gestionar la fatiga por compasión, esa terrible enfermedad profesional que nos acompañará a lo largo de nuestra carrera profesional. Pero no eludáis la responsabilidad que libremente habéis adquirido con el ejercicio de vuestra profesión.

Tenemos que descansar, que regenerarnos. Entregarnos y recuperarnos. Aquel que vive a medias, aquel que trabaja a medias, sólo será un profesional a medias. Vive y trabaja intensamente, pero prevé, de la misma manera, un momento y un espacio para regenerarte y gestionar las emociones con las que estás trabajando. Algunos psicólogos tan solo van a trabajar, otros son grandes profesionales felices y orgullosos de su trabajo.

Sé que es difícil, pero aquí os introduzco otro de los requisitos básicos de un buen psicólogo: la humildad. La humildad de saber reconocer que somos personas, no superhombres ni supermujeres y que a veces tenemos que dar un paso atrás o al lado para atender a lo que sentimos y pensamos, sin ignorar el mensaje que tiene que darnos esa sensibilidad tan necesaria e importante para el correcto desempeño de nuestra labor.

La humildad para reconocer que no lo sabemos todo y que no podemos parar de estudiar y de aprender. Destina un rato, cada día, para aprender. Cada año me compro diferentes manuales de psicología, a menudo los de la UNED y cada día voy consultando, repasando y actualizándome.

La humildad para no precipitarnos en nuestros juicios y diagnósticos, para no juzgar lo vivido, pensado o sentido por nuestros clientes, la humildad que nos va a impulsar a ganar en perspectiva, en cuestionarnos con actitud crítica lo que estamos viendo, la humildad, la misma humildad, que nos hará grandes profesionales al servicio de personas que están sufriendo.

No quiero alargarme mucho más, pero no querría acabar sin hablar de otro de los grandes pilares de un buen profesional: el rigor. Practica tu profesión con rigor, con el rigor que nace del más profundo de los respetos hacia la profesión y hacia el cliente. Vivimos en un mundo donde queremos tener notoriedad, donde nos vendemos por un minuto de gloria, donde somos capaces de decir cualquier tontería para poder acallar un ego fuera de control y, queridos, los psicólogos no estamos exentos. He escuchado a compañeros decir auténticas barbaridades en nombre de la psicología, tonterías sin sentido que acaban provocando que la gente menosprecie la gran labor que realizamos.

Medid vuestras palabras y recordad que la psicología es una ciencia y que, por poner un ejemplo, sabe que nuestro cerebro reside en un cuerpo, un cuerpo que interacciona con él y que por lo tanto lo determina. Cada vez que un psicólogo asegura que la mente lo puede todo, está incurriendo en un grave sesgo, contribuyendo a que las personas que han depositado en él su credibilidad y confianza, esgriman tal insensatez como justificante de cualquier cosa.

Rigor, queridos, rigor y autoexigencia con respeto a las aportaciones más rigurosas de la psicología.

Podría seguir, me gustaría seguir, pero me sabe mal tener a alguien leyendo esta carta durante mucho rato más.

Por favor, aceptad mis disculpas. Hace algunos meses, veía ilusionado cómo María transformaba su desencanto por no poder tener un acto de graduación en una acción positiva y constructiva como era organizarlo. Transformar la frustración en algo constructivo es digno de admiración ya que lo más fácil es quedarse instaurado en la queja y la ira.

Con ese espíritu constructivo y con una disculpa me gustaría desearos que tengáis una buena carrera profesional, que la ejerzáis a fondo y que podáis aprender de cada contratiempo o adversidad, para que algún día, en ese proceso de crecimiento profesional, cuando miréis atrás, podáis ver que de cada contratiempo aprendisteis una lección que os hizo más bellos y mejores personas.

Prometo compensaros. Cuando todo esto pase y esté más calmado, vendré encantado a Madrid a dar una charla para vosotros a cambio de unas porras con chocolate, eso sí!

Todo lo mejor!

Tomás

PAS, esas malas hierbas de la sociedad.

Hace algunas semanas que oigo y leo sobre las PAS: las Personas Altamente Sensibles. Hace algunos días una persona me envió un correo pidiéndome que dedicara un vídeo a hablar de las PAS y ese mismo día, por casualidad, leí una entrevista a una persona PAS.

He de confesar que he ido madurando el tema, poco a poco, sin encontrar el momento en el que sentarme a organizar todos los inputs que he ido recibiendo; pero esta mañana ha pasado algo, algo que le ha dado forma a la reflexión que he estado construyendo estos días.

Permíteme que me aleje un poco del tema para ponerte en contexto. Esta mañana he dado un paseo por unos prados que tengo cerca de casa, acompañado de mi pareja y de mis perros. Era una mañana magnífica, soleada, clara y con una temperatura muy agradable. Durante el paseo hemos ido charlando de temas varios, jugando con los perros y disfrutando del paisaje.

Andar es bueno para el corazón y también para el alma. Deberíamos poder tener tiempo para dar un paseo diario, ya que mientras andamos, también nos relajamos, sentimos y pensamos. Y eso justamente es lo que me ha pasado, que he sentido y he pensado.

En un campo sembrado por algún cereal, luchaban por hacerse un hueco bellas flores silvestres de color lila, amarillo y rojo. Amapolas y otras malas hierbas a priori… Sí, malas hierbas ya que no son productivas, afectan negativamente a los cultivos y contaminan la recolección de la cosecha.

Malas hierbas, malísimas, hierbajos a eliminar de la faz de la tierra por el mero hecho de que no son productivos… Pero ¿Malas hierbas para quien? Yo solo he visto unas flores preciosas que luchaban por sobrevivir en un hábitat invadido por el ser humano.

Y de repente me he visto pensando en las PAS. Para mí las PAS no tienen ningún problema, al contrario, más tendrían que haber. Algunos estudios apuntan a que un 20% de la población es PAS y la verdad es que pocas me parecen. Después de leer una descripción de una persona PAS me he dado cuenta de que yo encajo perfectamente en ese perfil…

¡Pero yo no me considero un PAS! Yo me considero una persona absolutamente normal o excepcional -según como quieras mirarlo- que no debería tener el más mínimo problema por ser como es.

Sin embargo, lo cierto es que esta sociedad artificial, hiperproductiva, insensible y acelerada penaliza a las personas sensibles. Sí, a aquellas personas que piensan, que analizan, que sienten, que perciben lo que ocurre a su alrededor y que tienen un criterio y un sistema de valores que no quieren perder. A mí me gusta mirar a los ojos de la gente… y de los animales… Cuando miro a los ojos veo a un alma y todo lo que tiene que decirme. Sufro cuando veo a un niño sufrir, me duele el dolor de las personas que tengo cerca, me enfado con las injusticias y pierdo el sueño por culpa de una cabeza que no para de pensar.

Me entristezco, me enfado, tengo miedo y siento asco y rechazo… Pero lo mejor de todo es que no ignoro esas emociones, esos mensajes que las personas que tengo cerca, la sociedad y mi cuerpo tienen que decirme. No niego lo que siento, no me distraigo, no le doy las culpas a otros y asumo mi parte de responsabilidad -y a veces las responsabilidades de otras personas-.

Yo -y los PAS- no tendríamos que ser los raros, ni estar penalizados. Tendríamos que ser los normales, lo más frecuente y quizás así, esta sociedad podría volverse más humana, más sensible, más empática, más prosocial y más compasiva. Los PAS no miramos a otro lado, no nos distraemos con caprichos, no ignoramos lo que sucede a nuestro alrededor, no nos autoengañamos ni mucho menos engañamos a la gente que nos rodea.

Los PAS no somos hipersensibles, solo somos sensibles, humanos y compasivos. Tenemos valores, asumimos nuestras responsabilidades y somos coherentes. Los PAS no somos unos blandengues, ni tan solo somos lentos. No nos precipitamos en nuestras valoraciones, exploramos en vez de enjuiciar, compartimos en vez de competir, cooperamos incluso a sabiendas de que no nos va bien y de que no vamos a sacar nada a cambio. Los PAS no somos obsesivos, pero no podemos parar de pensar en aquello que nos afecta como personas y como comunidad. Nuestra responsabilidad e implicación nos roba el sueño y nos impide dibujar una sonrisa, a veces.

Yo creo que las PAS no son ningún problema, al revés, el problema es que hay pocos PAS y demasiados PAI (Personas Altamente Insensibles), personas que viven sumidos en un egocentrismo que les aísla de todo lo que les rodea, personas que compiten por tener lo mejor, ser los mejores y tener más que el vecino a cualquier precio, sea utilizando la violencia, las trampas, estafando, engañando o robando.

Tenemos demasiados PAI, personas desconectadas de otras personas que buscan la distracción y el ruido para no tener que pensar, personas que se autoengañan una y mil veces al día, que bajan la mirada para no tener que mover un dedo por nadie y que son incapaces de contribuir a la sociedad a no ser que tengan una suculenta recompensa a cambio. Abundan las personas que no tienen amistades, sino contactos a los que explotar. Personas sumidas en su propia ambición capaces de arrasar con todo lo que se le ponga por delante… Personas, en definitiva, desnaturalizadas, capaces de ignorar el sufrimiento humano, incapaces de cooperar por el bien común, orientadas, nada más al enriquecimiento personal sea económico, social, emocional o en cualquier de sus formas más egoístas.

¿Acaso las PAS no son como esas amapolas en medio de un campo de trigo, que les da belleza pero que el agricultor no quiere ni ver? ¿Acaso las PAS no son esas malas hierbas que no han cometido ningún pecado mas que demostrar que otro modelo de vida es posible? ¿Acaso las PAS no son más que incómodas malas hierbas para la sociedad?

Desde aquí reivindico la eliminación de la etiqueta de persona altamente sensible y la creación de una etiqueta descriptiva de Persona altamente insensible deseando que llegue a tener un público anecdótico de no más del 5% de la población.

Mientras estoy revisando este artículo acaba de llegar mi hija con un ramo de flores silvestres, de esas malas hierbas que crecen en medio de los campos de cultivo. He colgado la foto del bello ramo en mis redes sociales (@tomasnavarropsi): la belleza de las flores silvestres de montaña está infravalorada…

  • Papi un regalito. ¿Sabes qué? Hemos visto un gatito tumbado en el suelo. mami dice que está muerto pero yo creo que no, ¿vamos a verlo?
  • No cariño estaba muerto, parecía atropellado, pobrecito… añadió mi mujer.
  • ¿Papi podemos ir a verlo a ver si podemos salvarlo?

¿Acaso mi hija será una persona normal? ¿O una PAS? No lo sé, pero lo que sí que sé es que haré todo lo posible para que no sea una PAI…