No discutas. Discutir es inútil. No sirve de nada. Cuando no se puede debatir, se discute. Cuando no hay argumentos, ni humildad, ni receptividad, ni ganas de entenderse; solo queda una opción: la discusión.
Discuten las personas incapaces de comunicarse. Sí, lo más importante, cuando hablamos de comunicación, es la capacidad para escuchar. Si no somos capaces de escuchar, no somos capaces de comunicarnos bien.
La persona que discute no tiene el más mínimo interés en escucharte. Cuando discutimos estamos demasiado ocupados defendiendo nuestro ego o atacando a nuestro adversario.
Sí, adversario, la mente limitada por el corto plazo de la persona que discute, cree que la persona que tiene delante es un adversario, un contrincante, alguien con quien competir, al que batir y al que humillar.
Además cree que su adversario es idiota y que con gritar más ya bastará para convencerle. Cuando discutimos nos olvidamos del objeto de nuestra discusión ya que estamos demasiado ocupados atacando las posiciones.
El debate no es más que un intercambio de opiniones desde el respeto y la voluntad de concordia, lo que algunos llaman win-win. El debate es propio de personas receptivas y capaces de adoptar nuevos puntos de vista, de personas que no necesitan marcar su estatus, ni ser reconocidos, ni montar un numerito.
Discutir es primitivo, debatir es signo de madurez. Se discuten las posiciones sin importar lo discutido. Cuando se debate se focaliza la atención en el objeto de debate, sin importar las diferentes posiciones.
No lo olvides, no discutas nunca, no pierdas ni un segundo discutiendo. Ante una discusión date la vuelta y sal airoso como Raphael en sus mejores actuaciones; decidido a emplear tu tiempo de una manera más productiva.
Comparto su punto de vista. Aunque siempre hay un «pero».
Durante la Edad Media se denominó justa al combate entre dos contendientes, a caballo y con lanza, para justificar el derecho de alguno. En ella los caballeros acreditaban su destreza en el manejo de las armas.
Traslación obligada a nuestros días, te cambio la discusión por las justas. Dos discuten, uno se supone que gana y otro pierde. En tu exposición, no pierde nadie, ya que ante la no comparecencia de uno de los dos contendiente, no hay lance. El otro tampoco gana, ya que no ha derrotado a nadie, y de repente un «pero».
Pero ¿qué pasa cuando el discutidor habitual del reino no ve todo este planteamiento de un modo coherente?
Ya te lo digo yo, repite, insiste y cansa. Se imagina ganador de una singular batalla que simplemente no ha tenido lugar. Un fenómeno quijotesco que por más de 500 años ha traído las peores desgracias, como por todos es sabido.
Si la vida te acerca el regalo de tener que compartir aire laboral con uno de estos, puedes utilizar tu propuesta. «Pero» todo tiene un límite. No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.
Eludir de forma sistemática ese problema no va a hacer que se resuelva solo. En mi opinión es necesario dar un punto y seguido alguna vez. Entramos en beligerancias, puede ser que gane o pierda, puede ser… Finaliza la conversa y aquí está el verdadero punto de inflexión. Tomo nota de todo lo que recuerdo que se ha dicho.
El papel es muy agradecido, enfrentarte a él contándo lo que ves suele devolverte conclusiones, que también puedes dejar reflejadas. ¿por qué? Porque habrán más ocasiones de discutir.
Con cada caída de la hoja, se puede llegar a cotas muy altas de conocimiento del adversario, algo verdaderamente positivo. Notas que los discutidores no se salen ni un solo milímetro de un patrón marcado a fuego en lo más hondo de sus recuerdos. A partir de la tercera o cuarta partida, ya sabes con qué armas y argumentos va a contar tu oponente, quien de seguro no se ha tomado la molestia de investigarte porque sigue pensando que está uno o varios puntos por encima de su propio ranking mental.
Se supone que si has revisado tus notas y tus conclusiones sobre ellas, ya sabes donde contrarrestar cualquier avance, y llegado a un determinado número de partidas, el discutidor profesional se dedicará a hacer algo que es posible que ya venía haciendo, utilizar el menosprecio entre su parroquia, pero ya no querrá seguir discutiendo.
Es una manera de verlo, digamos diferente.
En mi opinión, no se trata de «ganar», se trata de no dejar que el otro consiga lo que pretende.