Comparto un fragmento del artículo «adictos al afecto» publicado en La Vanguardia, en el cual he colaborado.

Amar no es sinónimo de sufrir. Aun siendo una afirmación obvia, hace falta recordarlo de vez en cuando. La búsqueda del amor es una de las necesidades básicas del ser humano; el afecto nos convierte en seres fuertes, pero si al alcanzarlo nos entregamos en exceso y no acertamos a delimitar los sentimientos, la pasión se puede convertir en veneno. “No puedo vivir sin ti”, “vivo por y para ti”, “sin ti no soy nada”… son frases que encierran mucho más que amor. Son un claro síntoma de que el deseo se ha convertido en necesidad, y amar en un tormento. Los dependientes emocionales albergan una gran carencia afectiva y por ello se anulan a sí mismos y, aun siendo conscientes de su infelicidad, se entregan completamente a relaciones de pareja destructivas. Es como si estuvieran enganchados al amor, como si fueran adictos al afecto.
“La inseguridad, la culpabilidad o la percepción de que el origen de su conducta y comportamiento es externo a la propia persona, pueden hacer que sienta la necesidad de protección, ayuda y dependencia de otra persona”, apunta Navarro. Explica, además, que suelen tener pocas competencias emocionales, que tienen dificultades para expresar y regular sus sentimientos de manera apropiada, y les cuesta comprender las emociones propias y las de los demás. Todo ello propicia, inevitablemente, el establecimiento de un papel de sumisión en las relaciones. El proceso de subordinación se convierte en un círculo vicioso: la dependencia emocional provoca relaciones de pareja desequilibradas en las que se sufre mucho, y eso hace que el autoestima del dependiente se vaya minando, pero aunque se estén consumiendo prefieren ese tipo de relación a quedarse solos.
Es posible plantearse que la pareja también puede tener parte de culpa. Sin embargo, Navarro subraya que no se trata de buscar culpables, sino de identificar qué papel desempeña uno mismo en su dependencia. “El dependiente, en cierto modo, hace sentir bien al protector, a la pareja. Siente que le cuida, que es importante para ella, que sin ella no sería nada… En definitiva, alimenta su ego”. Con lo cual, normalmente el origen de la relación tóxica no suele estar en la pareja, es más, al dependiente le suele interesar un tipo de persona a su medida para que encaje en una relación de carácter dependiente. “Suele buscar relaciones protectoras. Acostumbran a elegir una pareja más mayor, más madura, con una personalidad fuerte, que les de seguridad y tranquilidad”.
Pero por mucho que adopten un papel de sumisión, las personas dependientes suelen manejar a su antojo a la pareja, ya que recurren a menudo al chantaje emocional. “Es su única herramienta. Necesitan sentirse protegidos, y es el instrumento de manipulación que tienen más a mano. De hecho, los niños también lo hacen nada más nacer, juegan con las emociones. Cuando nuestro bebé requiere atención nos hace reír para que le cuidemos y estemos encima de él. Cuando una persona va creciendo puede adoptar estrategias más elaboradas, como hacerse la víctima o hacerse el desamparado”, afirma Navarro. El problema es que estas conductas son dañinas, y nunca fomentan una relación en base al respeto, a los valores sanos. Normalmente utilizan estas técnicas de manipulación con su pareja, pero también lo pueden hacer con su gente cercana, puesto que la dependencia emocional no surge exclusivamente en el seno de una relación amorosa. Se da con menos frecuencia, pero hay relaciones entre amigos, e incluso entre padres e hijos que se convierten en destructivas. “Hay muchos casos de madres y padres que generan dependencia emocional en sus hijos”, asegura Navarro. “¿La razón? Resulta que uno se siente bien si su hijo depende de él. Se siente madre, o padre, un protector en definitiva, y resulta un papel interesante. No obstante, en realidad lo único que consigue es quitar autonomía al hijo”.
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